“Las cosas podrían haber sucedido
de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así” con estas palabras comienza El Camino.
Daniel, "el Mochuelo", no quiere irse a estudiar bachiller a la capital pero su
padre considera que su futuro debe ser
mayor que el que le depararía quedarse en el pueblo como quesero. Y ya se sabe,
en la época en la que está situada la novela,--la posguerra española—la palabra
de un padre es incuestionable. Así que el pequeño "Mochuelo" se encuentra en su
habitación, la noche antes de su partida, recordando las vivencia de sus
escasos – once— años de vida.
Un canto a la vida rural y a
la vida de los niños en libertad eso es
lo que plasma Delibes en su novela—a pesar de mostrar una visión de la España
rural de la posguerra enquistada en sus problemas y cuyo único divertimento es
el “chismorreo”—.
La vida rural en toda su inocente crudeza está
representada fielmente en el libro, con personajes tan encantadores como Roque, "El Moñigo", un muchacho muy fuerte –de quién Daniel admira y envidia sus cicatrices y no entiende por qué en su
piel no quedan marcados los rasguños de sus correrías— capaz de vencer a alguno
de los hombre del pueblo. Pero considerado como un golfo o zascandil por las gentes del lugar. O Germán, "El Tiñoso",
llamado así por las muchas calvas que adornan
su cuero cabelludo, –según su padre se las pegó un pájaro— representado como un
niño enclenque y pálido.
De la mano de estos tres
inseparables amigos el lector regresa a la infancia para descubrir que a los niños no los trae la cigüeña, sino que
las mujeres paren “como las conejas”. O enredarse en aquel amor platónico
infantil –que todos hemos tenido alguna vez—encarnado en una muchacha como
Mica. O quizá sea ese primer cara a cara con la muerte lo que cautive al
lector.
Lo cierto es que, esta novela
combina a la perfección drama, ternura y humor. Dedicada a la nostalgia por una
infancia perdida.
Por Clara Nuño Gómez
Por Clara Nuño Gómez
Qué buenos ratos me dio ese libro..
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