miércoles, 22 de abril de 2015

 El Camino




“Las cosas podrían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así”  con estas palabras comienza El Camino. Daniel, "el Mochuelo", no quiere irse a estudiar bachiller a la capital pero su padre  considera que su futuro debe ser mayor que el que le depararía quedarse en el pueblo como quesero. Y ya se sabe, en la época en la que está situada la novela,--la posguerra española—la palabra de un padre es incuestionable. Así que el pequeño "Mochuelo" se encuentra en su habitación, la noche antes de su partida, recordando las vivencia de sus escasos – once— años de vida.
Un canto a la vida rural y a la  vida de los niños en libertad  eso  es lo que plasma Delibes en su novela—a pesar de mostrar una visión de la España rural de la posguerra enquistada en sus problemas y cuyo único divertimento es el “chismorreo”—.
Y eso es lo que Daniel,"el Mochuelo", va a perder para siempre a la mañana siguiente. 

                 
 La vida rural en toda su inocente crudeza está representada fielmente en el libro, con personajes tan encantadores como Roque, "El Moñigo", un muchacho muy fuerte –de quién Daniel admira y envidia  sus cicatrices y no entiende por qué en su piel no quedan marcados los rasguños de sus correrías— capaz de vencer a alguno de los hombre del pueblo. Pero considerado como un golfo o zascandil por  las gentes del lugar. O Germán, "El Tiñoso", llamado así por las muchas calvas que adornan  su cuero cabelludo, –según su padre  se las pegó un pájaro— representado como un niño enclenque y pálido.
De la mano de estos tres inseparables amigos el lector regresa a la infancia para descubrir que  a los niños no los trae la cigüeña, sino que las mujeres paren “como las conejas”. O enredarse en aquel amor platónico infantil –que todos hemos tenido alguna vez—encarnado en una muchacha como Mica. O quizá sea ese primer cara a cara con la muerte lo que cautive al lector. 


Lo cierto es que, esta novela combina a la perfección drama, ternura y humor. Dedicada a la nostalgia por una infancia perdida.

Por Clara Nuño Gómez

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